EL LOCO JARETA OTRA VEZ NOSTALGIOSO
Hace un tiempo recibí una carta. Me sentí muy sorprendido porque estaba dirigida a mí. Recuerdo que hace mucho tiempo tuve una conversación con un grupo de amigos, estábamos en la casa de uno de ellos. Nunca pensé en ese tiempo que mis días iban a terminar en este lugar, encerrado en un hospicio para neuróticos. Bueno en realidad ya no estoy tan necesitado de este lugar, dado que me han confirmado que si todo va bien, en poco tiempo me podrían dar el alta. También me informaron que probablemente tendría algunas recaídas pero, que no eran tan importantes como para mantenerme en este lugar.
Volviendo al tema, decía, que estuvimos, un grupo muy pequeño de jóvenes, reunidos y charlando profundamente distintas historias. Por allí pasaron aventuras, anécdotas, fábulas, chismes, relatos preciosísimos. Entre las conversaciones que tuvimos surgió una que motivó un silencio extraordinario. Había entre nosotros un adulto, un profesor de uno de mis amigos. Creo que la carta recibida tiene que ver con esa charla. El motivo de esa conversación era “el Adulto”:
Bueno a propósito tuvimos un sin fin de opiniones acerca de cómo nos trataban los adultos a nosotros los jóvenes. Recriminábamos que siempre querían tener la razón, que nos criticaban la forma de pensar, de ser, de comportarnos, etc. Bueno, en fin, la charla derivo en distintos sub-temas.
Lo cierto es que esta carta que leí, estaba referida también a ese debate, después de tantos años, ahora a la distancia volví a pensar en aquellos momentos, que hoy surgen con nostalgia en mi vida.
Decía la carta:
Hace un tiempo recibí una carta. Me sentí muy sorprendido porque estaba dirigida a mí. Recuerdo que hace mucho tiempo tuve una conversación con un grupo de amigos, estábamos en la casa de uno de ellos. Nunca pensé en ese tiempo que mis días iban a terminar en este lugar, encerrado en un hospicio para neuróticos. Bueno en realidad ya no estoy tan necesitado de este lugar, dado que me han confirmado que si todo va bien, en poco tiempo me podrían dar el alta. También me informaron que probablemente tendría algunas recaídas pero, que no eran tan importantes como para mantenerme en este lugar.
Volviendo al tema, decía, que estuvimos, un grupo muy pequeño de jóvenes, reunidos y charlando profundamente distintas historias. Por allí pasaron aventuras, anécdotas, fábulas, chismes, relatos preciosísimos. Entre las conversaciones que tuvimos surgió una que motivó un silencio extraordinario. Había entre nosotros un adulto, un profesor de uno de mis amigos. Creo que la carta recibida tiene que ver con esa charla. El motivo de esa conversación era “el Adulto”:
Bueno a propósito tuvimos un sin fin de opiniones acerca de cómo nos trataban los adultos a nosotros los jóvenes. Recriminábamos que siempre querían tener la razón, que nos criticaban la forma de pensar, de ser, de comportarnos, etc. Bueno, en fin, la charla derivo en distintos sub-temas.
Lo cierto es que esta carta que leí, estaba referida también a ese debate, después de tantos años, ahora a la distancia volví a pensar en aquellos momentos, que hoy surgen con nostalgia en mi vida.
Decía la carta:
“COMPRENDAN MI VEJEZ, HIJOS MÍOS” (ESCRITO ANÓNIMO)
“El día que este viejo ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme.
Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide cómo atarme los zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote a hacer las mismas cosas.
Si cuando conversas conmigo, repito y repito las mismas palabras y sabes de sobra como termina, no me interrumpas y escúchame.
Cuando eras pequeño/a, para que te durmieras, tuve que contarte miles de veces el mismo cuento hasta que cerraras lo ojitos.
Cuando estemos reunidos y, sin querer haga mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo la culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas.
Piensa cuántas veces siendo niño/a te ayudé y estuve pacientemente a tu lado esperando a que terminaras lo que estabas haciendo.
No me reproches por que no quiera bañarme; no me regañes por ello. Recuerda los momentos que te perseguí y los mil pretextos que te inventaba para hacerte más agradable tu aseo.
Acéptame y perdóname ya que ahora soy el niño
Cuando quiera tener la razón, entiéndeme, he vivido mucho para desaprovechar los conceptos tan valiosos que he aprendido, no me desvalorices a pesar de que los tiempos no sean los mismos que yo viví
Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para no lastimarme con tu risa burlona.
Acuérdate que fui yo quien te enseñó tantas cosas. Comer, vestirte y cómo enfrentar la vida tal como lo haces, son producto de mi esfuerzo y perseverancia, aunque aveces haya sido duro.
Cuando en algún momento, mientras conversamos, me llegue a olvidar de qué estamos hablando, dame el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde, y si no puedo hacerlo no te impacientes, tal vez no era importante lo que hablaba y lo único que quería era estar contigo y que me escucharas en ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuanto puedo y cuanto no debo. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando mis piernas fallen por estar cansadas para andar, dame tu mano tierna para apoyarme como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir más y sólo quiero morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene que ver con tu cariño o cuánto te ame. Trata de comprender que ya no vivo sino que sobrevivo, y eso no es vivir.
Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer. Piensa entonces que con este paso que me adelanto a dar estaré construyendo otro para ti, otra ruta, en otro tiempo, pero siempre contigo.
No te sientas triste o impotente por verme así. Dame tu corazón. Compréndeme y apóyame como lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego que me acompañes a terminar el mío.
Dame afecto y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso respeto que tengo por ti.
Y, por último, bésame, abrázame, juega conmigo, pues lo necesito, como cuando tú eras pequeño.
No me critiques por ser adulto, sabés una cosa, si hoy no entrego todo mi saber, de nada servirá haber vivido, escuchame aunque ya no te interese lo que digo.
Los amo hijos míos, los amo con toda la fuerza del mundo y los respeto más allá de mi propia vida”
Rocordá siempre:
“No es que esté a la defensiva, no me subestimes, es que me siento viejo y debilitado, veo que los años están pasando más rápidamente de lo que creía.”
Allí terminaba la carta, era como para que no olvidáramos aquello que habíamos conversado ese día tan lejano en el tiempo. Sé que también la recibieron cada uno de los asistentes a esa reunión. Nuestro profesor amigo, ahora muy viejito, me dejó impregnado de una visión distinta a la que tenía en aquella época. Bueno ahora pienso distinto, ¿será porque ya estoy poniéndome viejo? Me doy cuenta porque pocos me entienden, pocos comprenden la visión que tengo de la realidad, es así como hoy estoy escribiendo esto, en este lugar “tan maravilloso”
La carta no terminaba allí, había un agregado que culminaba la intención del escrito, decía así:
“Recuerden siempre que así como me ven algún día se verán”, y además que “lo que hagan sus hijos con ustedes provendrá de sus mismos ejemplos.”
Dice un proverbio oriental. “vosotros seréis el espejo donde sus hijos comiencen a acicalarse”
CARLOS A. BADARACCO
Dice un proverbio oriental. “vosotros seréis el espejo donde sus hijos comiencen a acicalarse”
CARLOS A. BADARACCO
prof_badaraccocarlos@hotmail.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario